por D. Francisco González Orozco.
Pregonero Semana Santa Turre 2017. D. Francisco González Orozco |
Reverendo
Párroco D. Miguel, estimados
mayordomos y hermanos de las distintas hermandades, queridos turreros
y presentes todos:
Es
la primera vez que este humilde turrero participa en un acto como
éste. Os garantizo, que ser pregonero de una Semana Santa de nuestro
pueblo y dirigirse a todos vosotros, emocionalmente,
no tiene parangón con situación alguna. Es por tanto un honor
para mí, estar aquí, para iniciar algo que todos llevamos tan
dentro de nosotros, como es nuestra Semana Santa. Y no solo es un
gran honor, sino que también supone, como os decía, sobreponerse a
emociones y sentimientos muy difíciles de controlar, que en algún
momento puedan cortar mi voz y tengáis que disculparme por no poder
aplicarla como es debido. Le pido a la Virgen de los Dolores, me
infunda ánimo y fuerza para controlar esos sentimientos y
transmitiros, como Dios manda, lo que mi corazón siente en estos
momentos.
He
descorrido cerraduras de mi memoria para devolverme a mi pueblo y a
un tiempo pasado que ha sido mío. Un tiempo que me llama con escenas
que están dentro del ovillo de los recuerdos.
Os pido me acompañéis en esos recuerdos.
Esta
iglesia de la Purísima Concepción, estandarte de Turre en cualquier
foto, postal o
referencia que se haga de nuestro pueblo, no es solo el monumento que
todos llevamos grabado en nuestra mente. Esta iglesia es el lugar que
nos ha acogido desde que nacimos y fuimos bautizados, nos hizo
comulgar con el cuerpo de Cristo en nuestra, aquella lejana, primera
comunión y nos recibió en sus brazos como nuestra madre. La madre
que nos recibe siempre ante cualquier acontecimiento de nuestra vida
cristiana y más ahora cuando celebramos la Semana Santa, recordando
y viviendo la pasión y muerte de Nuestro Señor.
La
Semana Santa de Turre es algo especial. Es algo muy distinto a las
que vemos en cualquier otro lugar. Nuestra Semana Santa es un sentir
profundo en cada uno de nosotros, un sentir en algo que va más allá
de lo que se contempla estos días en TV o cualquier otro medio de
comunicación. Nuestras novenas, nuestras saetas, nuestras
procesiones, tienen algo de MÁGICO, porque, tanto en la persona
mayor, el joven o el niño, aquí y fuera de aquí, no hay un solo
turrero que en su pensamiento, no estén presentes en cada uno de los
actos que aquí se celebran.
Desde
este lugar y mirándoos
a cada uno de vosotros, observo en cada rostro que la emoción y esos
recuerdos están presentes en vuestros corazones. Es imposible para
un turrero, en un día como hoy, no estar en su iglesia, y más en
las novenas de la Virgen de los Dolores, esperando su bendición.
Aquí o fuera de aquí, da igual, porque os aseguro que, son muchos
los que en estos instantes, estén allá donde se encuentren, nos
acompañan y esperan, igual que todos nosotros, les que llegue la
bendición de su Virgen.
¡Ay,
la bendición de la Virgen!
Han
sido muchos los años que hemos recibido esa bendición, y, os tengo
que decir, desde mi apreciación personal, que en cada uno de esos
años en los que tuve la dicha de estar aquí, observé algo muy, muy
especial y significativo: EL SILENCIO, EL RESPETO Y LA DEVOCIÓN con
que cada persona acoge la bendición de la Virgen. Observé, que los
críos miran a la imagen de la Virgen con ojos desorbitados y no
pierden detalle. Los bebés en brazos de su madre dejaban de llorar,
las lágrimas inundaban muchos ojos y, ¡hasta los perros en la
calle dejan de ladrar en ese momento ..! En cuántos y cuántos
lugares, allí donde se encuentre un turrero, una familia turrera,
ese momento es, como os decía, MÁGICO y EMOCIONANTE.
Recuerdo
que, por estas fechas,
mi abuelo ya nos había puesto a todos en jaque buscando flores,
limpiando jarrones con arenilla del río y limón, repintando el
trono-- con purpurina los dorados y con barniz el resto--, viendo
cuántas tulipas había, buscando velas, organizando las horquillas
de los tronos… Preparar la imagen de la Virgen para ponerla en su
trono, suponía uno de los momentos más especiales para él. Nadie,
absolutamente nadie, excepto tres personas, podían estar presentes
para ayudarle. Hasta llegaba a cerrar la iglesia para esa
preparación de la imagen. Nadie, repito, ni el sacerdote de turno,
podía ver cómo se vestía la imagen de la Virgen. Eran otros
tiempos…
También
nosotros, los chiquillos, preparábamos nuestras semanas
santas.Tronos hechos con cañas y tablas de donde pillábamos, santos
de barro, que vestíamos con los recortes de tejidos que nos daban en
las sastrerías…
Teniendo
siete u ocho años, recuerdo que nuestros mayores presumían de
nosotros porque nos
habían enseñado las palabras de Jesús en la Cruz y las
recitábamos siguiendo las estaciones del Vía Crucis. A partir del
Domingo de Ramos nuestros juegos pasaban a segundo término porque
los Santos estaban en capilla y el silencio y el respeto en esos días
santos lo inundaba todo. Hasta las campanas dejaban de tocar, dando
paso a las carracas y al martillo para avisar de los actos litúrgicos
que se celebraban.
Cuántas
y cuántas personas podríamos nombrar por sus quehaceres e
inquietudes en los preparativos de las Hermandades:
Pujas de los brazos de los tronos, revisión de calles para ver los
cables bajos y balcones que ofrecían dificultades para los tronos,
charcos y losas levantadas de alguna que otra calle, orden e
itinerarios de las procesiones…
También
hubo algún año en que el entusiasmo decayó y en los que faltaban
hombres para llevar los tronos de las imágenes. Fueron entonces
las mujeres y mocicas del pueblo las que dieron el ejemplo a los más
veteranos, cargando ellas las imágenes para que nuestras procesiones
salieran.
Recuerdos,
recuerdos y, muchas,
muchas vivencias.
Nuestro
Jueves y Viernes Santos
son días que merecen un recuerdo especial. El recogimiento y respeto
de esos días son dignos de resaltar .
Se
vivía en primera persona el misterio que se celebraba: Jesús, va a
ser entregado, va a ser crucificado y al final va a triunfar en su
Resurrección.
Esos
días, recuerdo, hasta
en el bar de Diego Baraza, mi padre, ni siquiera se jugaban las
partidas de cartas y de dominó diarias del mediodía. Otros
tiempos.
Comenzaba
la liturgia del Jueves
Santo con el lavatorio de los pies, no sin antes mencionar las horas
y horas de confesiones que celebraban los sacerdotes , para celebrar
después la Santa Misa y recibir el Cuerpo de Cristo bajo las
especies del pan y del vino.
El
traslado de Jesús Sacramentado,
bajo palio al Monumento, acompañado con el “Cantemos al Amor de
los Amores”,aquello suponía otro momento de emoción, preámbulo
de aquella noche de vigilia y oración ante el Santísimo. Eran
muchas, muchísimas las personas que aquella noche del Jueves Santo,
ante la contemplación del Santísimo en el monumento, elevaban sus
oraciones y sus cánticos, con la satisfacción de saberse
acompañadas en una paz sencilla, en una oración compartida y en una
alegría que se desbordaría en el momento de la Resurrección.
Y
qué decir de las
procesiones del Viernes Santo. Qué día de ajetreo, de idas y
venidas a la iglesia para el retoque especial de los tronos. En la
plaza, el descanso para la Virgen. Mientras, Jesús con la Cruz, en
el inicio de la calle de La Estación, se encuentra por primera vez
con su Madre…
Muchas
veces he estado bajo el peso del trono en esos momentos, y, os puedo
decir de todo corazón,
que éramos muchos los que no nos atrevíamos a mirar hacia arriba y
contemplar el dolor y la emoción de ese instante,reflejado en que
las dos imágenes se miran. Eran muchas las lágrimas que se tragaban
o que corrían por las mejillas de tantos y tantos turreros que han
cargado ese día con los tronos.
¡Y
las saetas! Las saetas turreras, no bien entonadas las más veces por
las voces del cantor, pero sí bellas y emocionantes por las letras,
a veces improvisadas, y por estar cantadas con el corazón, que es
de donde realmente salen.
La
procesión del Entierro de Cristo en la noche del viernes santo, era
la manifestación de un dolor y un respeto difícil de explicar.
Cuántos y cuántos descansos a lo largo del recorrido, hacían que
esa procesión durase tres, cuatro o más horas. Horas llenas de un
silencio y un recogimiento absolutos. Nadie dejaba de hacer todo el
recorrido. Los que salían de la iglesia, a ella regresaban con el
sentimiento y la satisfacción de haber realizado el acto procesional
con el mayor respeto y sacrificio.
Y
a continuación se daba
tiempo, fuera la hora que fuese, para que los chiquillos se marchasen
a dormir antes de iniciar la Procesión del Silencio. Únicamente los
mayores tomaban parte en ese acompañar a La Virgen de los Dolores en
su Soledad, y, sólo el rezo del Santo Rosario era lo que rompía el silencio
de esa madrugada. El rezo de aquel rosario nos llevaba, misterio a
misterio, en aquella procesión sin notar el dolor de los hombros que
tanto peso habían cargado a lo largo de ese día.
Recuerdo
que hubo un año en el
que, tanto el Viernes Santo como el Domingo de Resurrección, pusimos
megafonía para explicar el significado de las caídas de San Juan,
los encuentros de la Virgen con Jesús y, especialmente, el momento
del encuentro con el Resucitado.
Os
puedo asegurar que, cuando se hizo aquella narración, fueron otros
los ojos que contemplaban esa forma y ese misterio de lo que
nuestras procesiones tienen y desean transmitir: LA FE que siempre
ha mantenido este pueblo en la celebración de los hechos que se
conmemoran en estos días.
El
año pasado celebramos
el año de la Misericordia. Pues bien, éste 2017 es un año
especial para invitaros a una auténtica y renovada conversión al
Señor. Es un año para aspirar a confesar nuestra fe, con confianza,
generosidad y esperanza. Es el año, no solo de esforzarse en los
muchos trabajos que cada Hermandad tiene. Eso es muy digno y hermoso
realizarlo.Pero permitidme que os pida algo más hermoso todavía.
Que vivamos también desde dentro de nuestro corazón estos días
santos. Que seamos capaces de mostrar nuestro respeto, nuestro cariño
y nuestra ayuda a los demás. Será este año una ocasión propicia
para intensificar la celebración de la fe en la liturgia, y de una
forma muy especial en la Eucaristía, fuente de la que mana toda la
energía de la Iglesia.
Nuestro
testimonio de la vida cristiana tiene que ser cada vez más creíble.
El camino de la fe y de la Misericordia para mostrar con evidencia,
cada vez mayor, nuestra alegría y el renovado entusiasmo del
encuentro con Cristo Resucitado.
Porque
la historia de la Cruz es una historia de amor auténtico, de amor
gratuito y sin límites, de donación y de entrega total.
Que
esta Semana Santa nos sirva a todos para renovar y aumentar nuestra
fe.
Es
el deseo de este turrero, que os agradece vuestra escucha, os pide
disculpas por la extensión de sus palabras y de todo corazón os da
la gracias.
Francisco
González Orozco.
Vídeo completo del Pregón y del acto de presentación del Cartel.
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